Un viaje desde Cairo hasta Ciudad del Cabo

Los caminos olvidados de Africa

Abandonamos Livingstone despidiéndonos de la siempre risueña Miryam, una amiga española con la que compartimos dos pasiones: Africa y los animales. Y por ello hace ya 8 años se despidió de nuestra piel de toro orientando su rumbo al sur, afincándose definitivamente en Zambia y especializándose en viajes en este país. Recientemente se ha lanzado junto a su hermana a la nueva aventura de abrir un restaurante con tintes hispanos en la capital de las cataratas. En el Feeling Livingstone nos agasajaron con un gazpacho, tortilla de patatas además de otras delicias mediterráneas, cocinadas de la mano de Merche, una catalana que junto a su marido y su hijo se embarcó en un velero y estuvo navegando por el mundo durante 12 años, hasta que años después la vida le hizo atracar a orillas del río Zambeze. Una de las mejores experiencias de viajar es que te da la posibilidad de encontrarte con espíritus nómadas no muy diferentes a ti o a mí, pero que eligieron una vida distinta a la de encadenarse a un despertador que suena a las 7 de la mañana. Siempre es interesante conversar con esas personas que eligieron un camino menos convencional, escuchar sus sueños y que te hagan reflexionar y plantearte la eterna pregunta que siempre flota en las entrañas de todo nómada: ¿me atrevería yo a….?

Con esos recuerdos vagando por nuestra cabeza, abandonamos Zambia y cruzamos a Botsuana a través de la frontera de Kazungula, donde tras pocos minutos de espera y después de realizar los trámites fronterizos (a estas alturas cruzamos fronteras como quien hace churros), tomamos el ferry que nos cruza el río Zambeze y nos deposita en territorio Botsuano.

 

Elefante en el Elephant & Sands

Elefante en el Elephant & Sands

Hace 8 años tuve la fortuna de viajar como coordinador de la agencia Paso Noroeste a Namibia y Botsuana, y en el desván de la memoria siempre quedan algunos recuerdos de ciertos rincones que te apetecería volver a visitar, a ver si permanecen tal y como los recuerdas. Uno de ellos es el Elephant & Sands, un camping y lodge perdido entre la carretera de Kasane y Nata, uno de esos lugares que te preguntas cómo es posible que sobrevivan, emplazados en mitad de ninguna parte. La gracia de este pequeño oasis es que es paso obligado de las hordas de elefantes que peregrinan entre los parques de Chobe y Hwange, siendo habitual el desayunar o lavarte los dientes frente a un paquidermo que apacigua su sed en la charca situada en medio del campamento. Allí tuvimos la fortuna de conocer a Robert, el director de un hotel emplazado en las cercanías de los salares de Makgadikgadi. Al ver nuestro coche, en seguida se interesó por nuestro viaje y entramos en una agradable conversación calentados por el fuego del campamento, junto a una fría cerveza y con un grupo de elefantes como telón de fondo. Sin duda Robert era un apasionado viajero y amante de su país, y en seguida nos ofreció su hotel para hospedarnos de cara a conocer los grandes salares de Botsuana, pero viendo la naturaleza de nuestro viaje, nos recomendó buscar en la aldea de Gweta al Señor Mabudza y pedirle que nos invitara a dormir en su propiedad, emplazada a orillas del gran salar de Ntwetwe.

Atardecer en el Salar

Atardecer en el Salar

Al día siguiente nos dirigimos a Gweta y tras seguir las indicaciones de un par de vecinos, dimos con el Señor Mabudza. Imagino que así funcionaban las cosas hace unas décadas cuando no existían los teléfonos móviles. Preguntabas por un paisano, y los vecinos te iban indicando hasta que llegabas a su casa. Y allí estaba el señor Mabudza, a la sombra de un árbol de Marula. Éste rozaba los 60 años, muy alto, espigado, de callosas manos y franca e inmaculada sonrisa. Cuando le explicamos la causa de nuestra visita, en seguida se ofreció a enseñarnos donde dormir bajo su particular techo. Esperamos a que regresara su hijo de la escuela y tras casi una hora de viaje por un tortuoso camino, llegamos a su granja, donde cuidaba de sus 60 vacas. Llegó a tener 200, pero la sequía y las enfermedades habían hecho mella en su rebaño. Tras proveernos de leña, nos adentramos siguiendo a nuestro anfitrión varios kilómetros en las profundidades del salar. Cuando habíamos avanzado unos 20 kilómetros, se detuvo, se despidió de nosotros hasta al día siguiente, arrancó su desvencijada pick up y nos abandonó, en el centro de una hoja de papel totalmente en blanco. Nada, nada alrededor. Solo una inmensa planicie de sal, donde la vista no alcanzaba a vislumbrar el fin.

Lo mismo pero hacia el otro lado. El amanecer en el salar

Lo mismo pero hacia el otro lado. El amanecer en el salar

Desplegamos nuestro campamento, nos sacamos las sillas, una cerveza fría, y nos dedicamos a disfrutar como el sol se ponía por el horizonte, en la misma horizontal que nuestros pies. Salvo a orillas del mar, no creo que exista un lugar semejante donde disfrutar de un atardecer. Preparamos un buen fuego y una deliciosa barbacoa, mientras disfrutábamos de una bóveda celeste con 180 grados de estrellas. De horizonte a horizonte, hasta que una enorme luna sangrante hizo su aparición en el horizonte, iluminando todo el salar de una tenue luz plateada, que hasta nos permitía leer sin necesidad de nuestras linternas frontales. Una noche mágica, acompañada de otro espectacular amanecer, hace de éste uno de los momentos inolvidables del viaje. Regresamos a la granja del Sr. Mabudza y le dimos una propina por su ayuda, que nos agradeció con su perenne sonrisa. Nos despedimos de él y nos internamos de nuevo en el salar, cruzando la llanura Ntwetwe hasta el salar de Sua. Hacemos un alta en la denominada Isla Kubu, que flota en el gran lago de sal como un espejismo de redondeadas rocas custodiadas por excéntricos baobabs que alargan sus desordenadas ramas hacia el cielo y seguimos unas rodadas que se internan en las profundidades del salar. Da algo de canguelo el penetrar tan adentro del lago de sal, a 40 grados de temperatura exterior y con la vida humana más cercana a más de 30 kilómetros de tu posición. Las rodadas se detienen en la denominada Isla del Sur, donde media docena de baobabs emergen entre las rocas donde tan solo habita algún desorientado escorpión.

Adentrándonos en el salar

Adentrándonos en el salar

Deshacemos nuestros pasos y ayudamos a un paisano al que el coche le ha dejado tirado cuando venía de comprar 3 burros en una granja cercana. Le arrastramos hasta la carretera principal y nosotros seguimos rumbo a Maun, el campo base donde explorar el delta del Okavango. El río Okavango es famoso no por su caudal o por su longitud, ya que en esos términos es uno de los numerosos ríos modestos que surcan las tierras africanas, sino por formar el único delta interior del mundo. Y es que el río Okavango, al nacer, se debió despistar, y en vez de orientar su cauce hacia el océano Atlántico, encaminó su fluir tierra adentro, enfrentándose ante el implacable desierto del Kalahari. Y en esa lucha de la naturaleza, el río tuvo las de perder, y es por ello que sus aguas se diseminan en una miríada de meandros y canales hasta que mueren asfixiadas por las ardientes arenas del desierto del Kalahari. Esa peculiar ciénaga ha formado el hábitat ideal para manadas de elefantes, búfalos y antílopes que lo han adoptado como su hogar y a estos se les han acoplado depredadores de largas garras y también los de trípodes y largos objetivos, y es que el delta del Okavango atrae cada año a miles de turistas que se acercan cada año a disfrutar de esta maravilla de la naturaleza.

Hay tres formas de explorar el delta. En mokoro, una embarcación formada por un tronco hueco e impulsada por una pértiga que utilizan los pescadores locales para adentrarse en sus aguas, en avioneta, realizando un vuelo panorámico de una hora para contemplar el paisaje desde los aires, o desde alguno de los lodges que hay emplazados en alguna de las islas del delta, pero esta última opción tan solo está reservada para los bolsillos más pudientes.

Como nuestro viaje es low cost, nos alojamos en el albergue de mochileros. Un agradable emplazamiento a las afueras de la ciudad, donde su animado bar y cuidadas instalaciones hacen que sea uno de los hospedajes económicos preferidos de Maun. Al llegar, descubro a alguien hablando en castellano, y nada más vernos, nos reconocemos mutuamente. Se trata de Carlos, un asturiano al que ya me encontré hacía 4 años en un viaje por Birmania. Carlos es un tipo peculiar. Una de esas personas que bien se merecería que le escribieran una biografía o rodasen una película con sus andanzas. La vida viajera de Carlos comenzó hace unos 8 años, en pleno boom de la construcción. Trabajaba en la rama siderúrgica, y con un buen sueldo. Pero sus fiestas y vaivenes le hacían ausentarse del trabajo más de lo deseado por su jefe. En una obra especialmente bien pagada, había ya tenido varias advertencias acerca de su poca seriedad. Una mañana, al ir a trabajar, se encuentra con que la puerta de su portal se ha atascado y no puede salir del edificio. Obstinado por no ausentarse de nuevo, decide descolgarse desde la ventana de su casa, en un segundo piso. Como os podéis imaginar, la cosa no acabó bien. Casi le amputan la pierna, que se le ha quedado como una i con acento. La empresa le pagó una indemnización y recibe un subsidio estatal por invalidez. Los meses tras su accidente los pasó de bar en bar, gastándose todo el dinero de su indemnización en mala vida y peores compañías, hasta que un día se cansó de todo, decidió romper la baraja, ponerse el mundo por montera, y con una mochila al hombro y un bastón en una mano, se lanzó a recorrer el mundo. Hace ya 6 años desde que comenzó su periplo, y todavía no ha regresado a casa. Subsiste con los 1000 euros que recibe mensualmente y con el escaso inglés que nunca ha conseguido aprender. Y ahí sigue, queriendo acabar su viaje en julio del año que viene, para completar su vuelta al mundo en 80 meses. Carlos es bonachón, hablador y con ideas de bombero, pero me parece un ejemplo a seguir en caso de que la vida te de un revés. Con 40 años recién cumplidos es sin duda una persona feliz, que por accidente (nunca mejor dicho) ha descubierto una vida para la que no estaba destinado. Y ahí sigue, viajando tan feliz, contándonos sus batallitas de cómo cruzó el territorio talibán en pleno Afganistán o como pasó un mes en un monasterio chino tratando de empaparse de la sabiduría de sus monjes, que no sabían inglés, ni él chino.

Disfrutamos del vuelo panorámico sobre las aguas del Okavango junto a Carlos y 4 mochileros más, disfrutando del panorama de la vida salvaje desde las alturas. El piloto era otro chico español, uno de los 4 que hay en Maun haciendo horas de vuelo para conseguir dar el salto el día de mañana a una aerolínea de pasajeros. La experiencia, inolvidable. El panorama del Okavango desde los cielos es sin duda alguna único. 150 metros más abajo se extiende ante ti una inmensa alfombra verde surcada por diferentes ramificaciones de agua, como los dedos de una inmensa mano que quisiera atrapar la gran planicie. Desde las alturas puedes ver los elefantes, hipopótamos, jirafas y antílopes campar a sus anchas en el gran vergel que forma este peculiar delta.

El Okavango desde los aires

El Okavango desde los aires

Nos despedimos de Carlos, prometiéndonos vernos en unas semanas en Ciudad del Cabo y ponemos rumbo a Namibia, siguiendo el curso del río Okavango cruzando por la frontera de Mohembo. En Tsumeb, nos juntamos con los nuevos integrantes del equipo. Mi padre y mi tío Ignacio que han decidido acompañarnos unos días en nuestra aventura africana. Abrazos y puestas al día tras 5 meses sin vernos las caras, antes de poner rumbo al Etosha, el santuario de fauna salvaje de Namibia.

El Etosha es un parque diferente al resto de los que hemos cruzado en nuestro viaje. Cubre una superficie de más de 20.000 km2 de terreno seco y árido, dominado por el gran salar de Etosha, que en el lenguaje local quiere decir el gran lugar blanco de agua seca. Y es que este salar tiene 5000 km2 y es sin duda, la estrella de este parque. Desde un mirador preparado para los visitantes, puedes contemplar un paisaje mágico e irreal, donde vislumbras huellas de animales que se pierden en su inmensidad, mientras dos tormentas nos amenazaban en el horizonte. Y es que 114 especies de mamíferos y 340 de aves conviven en este recinto vallado, disputándose las escasas charcas donde poder calmar su sed, por lo que es uno de los parques donde es más sencillo avistar animales. Tan solo hay que llegar a un watherhole y esperar a que comience el desfile. Leones, enormes elefantes bebiendo a escasos metros de ti, rinocerontes, minúsculos al lado de los paquidermos, y hasta tuvimos la fortuna de disfrutar de los movimientos de un leopardo a punto de abalanzarse desde un árbol en pos de una gacela springbook.

 

Leopardo acechando a su presa

Leopardo acechando a su presa

Tras el Etosha, nos dirigimos al norte, a explorar las tierras de Kaokoland, sin duda la región más remota de Namibia y de las más aisladas de todo Africa. La primera parada es Opuwo, la capital de la región, que en lenguaje herero significa El Final, un claro ejemplo de lo retirado de la urbe. La llegada a Opuwo es uno de los aterrizajes más irreales de todo el viaje por Africa. La ciudad es una polvorienta localidad de poco más de 15000 almas donde conviven las etnias herero, himba y los owambo, la etnia mayoritaria. La gran mayoría de sus habitantes visten de forma occidental, pero entre sus habitantes puedes ver a las mujeres herero, vestidas como en la casa de la pradera, con largos vestidos estampados, ceñidos bajo el pecho y con vuelo hasta los pies, pero llamativamente tocadas con un pañuelo ajustado a la cabeza que acaba enrollado en la frente como dos cuernos de un toro. O las llamativas himba, una de las tribus más coloridas de todo Africa. Desnudas de cintura para arriba y con un taparrabos a base de cuero de vaca, se embadurnan el cuerpo con una mezcla rojiza a base de una piedra ocre, mantequilla de vaca y aromas naturales de hierbas, y el pelo se lo emplastan con un barro rojizo, provocándole gruesas trenzas tipo rasta, coronadas por una diadema a base de piel de vaca. Todas esas culturas conviven en Opuwo. El supermercado local parece sacado de una película de ficción, con las herero caminando con su vestimenta parecida a las de las grandes plantaciones algodoneras americanas, y las himba con el carrito de la compra paseando medio desnudas por los estantes del supermercado.

Himba en el supermercado

Himba en el supermercado

Nuestros dos nuevos compañeros de viaje se queda ojipláticos con la escena. Si a nosotros, que llevamos 5 meses trotando por Africa y ya hemos visto unas cuantas tribus en nuestro viaje nos resulta bien curioso, mi padre y mi tío, que hace un par de días estaban por Zaragoza, parecen como dos niños pequeños atravesando los camerinos del Gran Circo Mundial.

Joven himba

Joven himba

Tras Opuwo nos dirigimos a las cataratas Epupa, fronterizas entre Angola y Namibia. No son tan grandes y caudalosas como las Victoria, pero sin duda bien merecen el viaje hasta aquí. El río Cunene corta el gran desierto de Kaokoveld dando una nota de color verde al rojizo y árido paisaje hasta que se encuentra un escollo de 60 metros en su camino, provocando las cataratas que se precipitan en una sucesión de canales de agua durante más de 500 metros. Este río es , salvo los esporádicos pozos que tienen que cavar a más de 30 metros de profundidad, la mayor fuente de vida para los himba, que basan su comercio y su sustento exclusivamente en su ganado. Y es que los únicos habitantes de esta desolada región no conocían el dinero hasta hacía pocos años (de hecho entre ellos siguen utilizando el sistema de trueque) y su dieta esta basada únicamente en la leche y la carne de vaca y cabra.

Cataratas Epupa

Cataratas Epupa

Tras la visita a las Epupa, nuestro objetivo es perdernos aún más si cabe en esta región. Para ello tomamos unas pistas secundarias donde ponemos al límite nuestras dotes de conductores off-road. Nos lleva dos intensos días atravesar las montañas Baynes, con velocidades de hasta 40 minutos el kilómetro, y accidentes geográficos que figuran en nuestro GPS con denominaciones tan expresivas como La colina del Ataque al Corazón, pero el esfuerzo bien merece la pena. Atravesamos aldeas himbas aisladas del mundo exterior, donde nos reciben con los brazos abiertos y nos demandan bienes tan básicos como sal o azúcar o bidones de 5 litros de agua vacíos. Compartimos nuestras viandas con ellos y charlamos con el jefe de la aldea, que para marcar su estatus, se sienta en su silla, con su pipa hecha a base de cuerno de gacela a sus pies. La noche se hace inquietante, a varios días de camino de la próxima bombilla y sin ningún coche que nos pueda echar un cable en las cercanías, pero al anochecer del segundo día y tras un bagaje de un par de pinchazos, llegamos finalmente al campamento de Marble Comunity Camp donde pasamos la noche. El tercer día es más tranquilo, con un último paso rocoso algo complicado antes de llegar a Red Drum, un bidón pintado de rojo que señala la entrada al imponente valle de Marienfluss: objetivo cumplido.

Ignacio con los niños de la aldea

Ignacio con los niños de la aldea

El valle de Marienfluss está flanqueado por las montañas Otjihipa al este y las Hartmann al oeste. Las terribles pistas rocosas dejan paso a una agradable conducción por una pista de arena que corta la sabana que ondula suavemente mecida por el viento. El paisaje es idílico. Parece más un cuadro que una imagen real. Avestruces, cebras y orix pacen a sus anchas en las praderas de hierba amarillenta, enmarcadas por enormes dunas de arena de color rojo intenso que mueren ante las azuladas montañas que cierran el valle. El valle muere de nuevo frente al río Cunene. Unas pocas aldeas himbas se desperdigan por todo el valle, sin ningún tipo de recurso ni ayuda exterior. Hay una pequeña escuela que da cabida a 40 niños, estos días prácticamente desierta porque el coche que los va a buscar a sus aldeas se ha averiado y los profesores, desolados, no saben cuando recibirán los repuestos necesarios.

Paisaje de Marienfluss

Paisaje de Marienfluss

Pasamos una noche en el campamento comunal, siendo los únicos inquilinos del mismo (los últimos que figuran en el registro se habían marchado hacía 5 días), nos acercamos a la escuela y al pequeño colmado local donde hacemos algo de gasto en forma de cervezas frías, que con el calor que hace (rondamos los 40 grados) siempre es de agradecer echarse algo fresco al gaznate.

Pero el viaje continúa, y emprendemos viaje al sur, cruzando por la estación de Blau Drum (traducido sería bidón azul) situado en la cabecera del valle de Hartmann’s. Éste tiene algo más de encanto que el de color rojo, ya que junto al bidón, hay una carcasa vacía de un teléfono al lado de un jocoso cartel que reza: Sentimos que no haya señal satélite pero todas nuestras líneas están saturadas. Imagino que es un chiste del desierto, para arrancar una sonrisa a todos los que cruzan por esos desolados parajes. Parece ser que los exploradores de estas latitudes emplazaban bidones pintados de diferentes colores como marcas de referencia en un paisaje donde tan solo los escorpiones te pueden indicar el camino a seguir y por lo visto, algún pionero aprovechaba la ocasión para dar rienda suelta a su hilaridad.

El Blau Drum con su famoso "teléfono"

El Blau Drum con su famoso «teléfono»

El paisaje es lunar, impactante. Un valle inmenso, de dimensiones infinitas, donde las montañas parece que se alejan más y más. Ni un ápice de vida, ni una gota de agua. Nada. Aunque sorprendentemente, a lo lejos vislumbramos una jirafa, desorientada, perdida, huyendo de nuestra presencia y adentrándose más y más en las profundidades del valle, en dirección a la Costa de los Esqueletos. Por delante le aguardan 70 kilómetros de puro vacío antes de llegar al mar. ¿A dónde ira? ¿Se habrá extraviado? Mal futuro le presagiamos al pobre animal….

Hacemos noche en el campamento de la población de Purros, donde por lo visto abundan los raros elefantes del desierto, pero por la noche tan solo nos rondan las hienas, que parece que se han concentrado a las puertas de nuestros coches no dejándonos dormir con sus estridentes risas.

Acampados en Purros con mi padre

Acampados en Purros con mi padre

La mañana la empleamos para explorar sin éxito el rastro de los elefantes del desierto y visitar la aldea himba del vigilante nocturno del campamento, que nos sirve de intérprete para adentrarnos en la cultura tribal, antes de poner rumbo a Palmwag, donde nos separamos de mi padre y mi tío, que han quedado encantado con las experiencias y vivencias acontecidas en estos días. Sus respectivas agendas han coincidido para que se nos juntaran en uno de los recorridos más duros pero más atractivos del viaje, disfrutando de animales salvajes, rocosos caminos, aldeas perdidas de tribus remotas y paisajes de una belleza de otros mundos.

Camino del Koakoland

Camino del Koakoland

Pasamos un par de días perdidos por los pedregosos paisajes de la región del Damaraland tratando de localizar a los esquivos elefantes del desierto, pero encontrándonos tan solo con la rara welwitschia, una plata endémica, que sin duda no es de las más bonitas del catálogo botánico, pero sin duda es una de las plantas más curiosas del espectro natural. Llega a medir más de dos metros y a vivir hasta 2000 años, en parte porque no es santo de devoción de antílopes, elefantes y demás animales de la zona, por lo que esta salvo de depredadores. Se sospecha que sus raíces llegan a adentrarse varios centenares de metros en las entrañas de la tierra en busca de algún indicio de agua que le ayude a sobrevivir en estas regiones.

Vamos dejando poco a poco el áspero Damaraland, haciendo un alto en el espectacular macizo rocoso de Spitzkoppe, una mole granítica que se erige 700 metros por encima de una inmensa llanura desértica , pudiendo vislumbrarse desde varios kilómetros de distancia. El color rojizo de esta roca provoca que con cada hora del día vaya mutando su tonalidad, alcanzando en los albores del día y de la noche un color intenso bermellón que invita a que agotes la tarjeta de memoria de tu cámara en pocos minutos. El punto más alto de esta montaña alcana los 1784 metros, y existen varias pinturas bosquimanas de más de 2000 años de antigüedad en las cuevas a los pies del Cervino namibio.

Vistas del Spitzkope

Vistas del Spitzkope

Tras el macizo de difícil pronunciación hacemos un alto en otra ciudad de compleja articulación: Swakopmund, desde donde escribimos estas líneas y descansamos de los duros caminos del norte namibio, antes de poner rumbo hacia el sur. ¡Ciudad del Cabo está más cerca!

Disfrutando de un atardecer africano

Disfrutando de un atardecer africano

La arena roja de Marienfluss

La arena roja de Marienfluss

Acampados en Purros

Acampados en Purros

Llegando al valle de Marienfluss

Llegando al valle de Marienfluss

Cebras en el Etosha

Cebras en el Etosha

La "conductora"

La «conductora»

Niño himba en su "cuna"

Niño himba en su «cuna»

Dirigiendo un paso complicado

Dirigiendo un paso complicado

Los terribles pasos de montaña

Los terribles pasos de montaña

Mujer himba con su hijo

Mujer himba con su hijo

Mujer himba delante de su choza

Mujer himba delante de su choza

Mujer herero

Mujer herero

Contemplando las cataratas Epupa

Contemplando las cataratas Epupa

 

 

Author: Álvaro

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11 Comments

  1. Hola chicos! Que viajazo!!! Me siguen fascinando tus » relatos» Alvaro, cada vez que te leo es una pequeña escapada a Africa….aunque sea entre Gregorio Marañon y Avda Anerica

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  2. Que experiencia mas bonita!!!!!!
    Espero que llegen vuestros comentarios, los explicas tan bien ya que merece la pena soñar desde nuestra csa con todas nuestras comodidades.
    Feliz viaje y seguir contándonos experiencias
    Besos
    Begoña

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  3. Enorme post!
    Tráete un león para hacer compañía al espíritu de Genaro!
    Viva!

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  4. como os suelo leer desde elmovil, al finalponer los comentarios es un rollo, aprovecho hoy desde el ordenador,

    os sigo leyendo y disfrutando de vuestras aventuras, espectaculares contrastes y caminos!

    besos

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  5. Aunque ya estoy un poco perdido, no dejo de seguir con mucho interés vuestro periplo africano.
    Imagino Alvaro, que al haber podido compartir unos días con tu padre y tu tío, ha debido ser muy gratificante para Cris y para ti y os habrá servido para seguir manteniendo alta vuestra moral.
    Como ya te he dicho en anteriores ocasiones, tu narrativa Alvaro y tu Maquetación de imágenes hace muy amena la lectura de tus crónicas; aunque estoy seguro dejas atrás muchos detalles que serían objeto de un magnifico libro de vuestra aventura
    Un abrazo muy fuerte

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    • La verdad es que ha sido una experiencia bonita… Y como bien dices, en el blog no se pueden plasmar todas las anécdotas, que si no quedaría demasiado largo. Lo del libro… Ya nos lo pensaremos al regreso! Je je jeee
      Un abrazo!

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  6. ¡Felicidades!
    Cuidar de esos dos Blanchard y a la vez,… salvar algunas de las autopistas que nos habéis mostrado sin ningún percance mayor: ¡otro hito!
    Adelante!!!!

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  7. En los maratones la gente suele intentar animar diciendote»animo ya queda poco»aunque acabes de empezar.
    Solo se me ocurre deciros que ANIMO TODAVIA OS QUEDA MUCHO Y NOS LO TENEIS QUE CONTAR.
    UN ABRAZO.

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    • Gracias Javier. Lamentablemente el tiempo se nos echa encima, y nos da mucha pena que acabe esta aventura…Ojala pudiéramos ahora remontar Africa por la costa Oeste durante 6 meses más de viaje…. Ya os contaremops estas últimas étapas del sur de Namibia hasta Ciudad del Cabo! Un abrazo!

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  8. Gracias por hacernos partícipes, da gusto leer tus crónicas, un saludo y atesorar hasta el último minuto por esas tierras :)

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  9. Ahora que la paternidad me mantiene alejado de los grandes viajes, disfruto leyendo vuestra aventura y viendo vuestra espléndidas fotos. Lástima que todo termine. Aunque, como dice un proverbio viajero:
    No se viajar por viajar, sino por haber viajado»

    Es decir, que os quiten lo bailao
    Un abrazo
    Paco

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