Un viaje desde Cairo hasta Ciudad del Cabo

Danakil. Las puertas del Averno

Nos habíamos quedado en Axum, ciudad que dejamos atrás rumbo a Mekele. En Adua, célebre localidad donde los etíopes encabezados por Menelik II repelieron a finales del siglo XIX el ímpetu expansionista de las tropas italianas por el cuerno de Africa, nos desviamos por la carretera secundaria de Abi Adi. El paisaje es de postal, parece como si estuviéramos cruzando tierras extremeñas, aunque con acacias en lugar de alcornoques. Poco a poco el paisaje va cambiando, tornando a un monte parduzco, como si se hubiera quemado, haciéndose cada vez más desértico. Nos adentramos en tierra Tigray. Los peinados de las mujeres cambian, lo llevan recogido con trenzas desde la raíz hasta un poco mas abajo de la coronilla y cepillado donde se colocaría el moño, dándoles un aspecto curioso, recuerdan a Krasty, el payaso de los Simpsons. Los hombres llevan un bastón y un manto blanco enrollado al cuerpo a modo de chal. Se empiezan a ver de vez en cuando hombres armados con rifles y kalasnikovs, pero suponemos que los llevan porque hacen la función de la guardia civil y tan solo velan por la seguridad de la zona… Los niños no están tan acostumbrados a los turistas, ya no nos piden un “pen” o “money” o “birr” (moneda local) sino que nos gritan farangi (palabra etíope para designar a los guiris blancos) o China (no nos deben identificar muy bien)

Llegamos a Mekele, la gran capital de la provincia de Tigray, donde contratamos un tour obligatorio para poder visitar la zona de la depresión del Danakil y el volcán Erta Ale, en el territorio siempre hostil de los Afar.

La iglesia de Abuna Yamata

La iglesia de Abuna Yamata

El día que tenemos de descanso aprovechamos para visitar una de las iglesias escavadas en la roca de Tigray, la de Abuna Yamata, famosa por su escarpado emplazamiento. Y es que para acceder a la iglesia construida de forma tan inaccesible para evitar los saqueos musulmanes que provenían de Sudán, está emplazada en mitad de una pared que asemeja a los oscenses mallos de Riglos. Llegamos al pueblo de Megab, donde el joven más sonriente del lugar al ver aparecer un coche de farangis, resulta ser el obligado guía que hay que contratar para ver la iglesia, sino no, el monje de turno no te abre la puerta. Avanzamos cuatro kilómetros junto a nuestro guía Haile Selassie (mismo nombre que el famoso dictador etíope del siglo XX) y aparcamos el coche al pie de una pared vertical de unos 200 metros de altura. Proseguimos por una senda y se nos une el famoso monje portador de la llave, el recaudador de la entrada a la iglesia y dos ¨scouts¨ que ayudan a los farangis a trepar hasta la susodicha iglesia. Aquí todo el mundo saca tajada. Ascendemos por una senda entre resecos campos de cultivo que se va perdiendo entre riscos hasta que la pared es vertical. Hay una pequeña trepada de 5 metros, donde unos agujeros emplazados estratégicamente ayudan a superarla, y si no los scouts te dicen, cual juego de enredos, pie derecho agujero verde. Las ascensión se prolonga unos metros más, hasta llegar a un collado, donde te recibe una pequeña cueva con restos humanos, creemos pensar que no son del último farangi que se acercó por esos lares. Tan solo queda superar un pasillo de unos 7 metros de largo, 50 cm de ancho y una caída de 100 metros bajo tus pies para acceder a la iglesia escavada en la roca, pequeña pero bellamente decorada con frescos de los 12 apóstoles y María con Jesús datados del siglo XV.

El estrecho paso final

El estrecho paso final

A la mañana siguiente, ya estamos listos para cumplir el sueño pendiente de viajar a Danakil. Nos acompaña en nuestro grupo un italiano de 35 años que reside desde hace 6 en Japón y una pareja de franceses de unos 50 años, Christoff y Jeane. El es un geólogo que trabaja para la petrolera Shell y nos dará muy interesantes explicaciones de lo que vamos a ver.

Lo primero de todo, llenar los coches de combustible, que hay problemas de suministro en el país y sobre todo las grandes ciudades se suelen desabastecer. Una vez listos, emprendemos viaje hacia el este. Vemos como la gente trabaja en los campos, como el ganado pisotea la paja para separar el grano y forman posteriormente grandes montones diseminados por los campos. Nada más cruzar un pueblo llamado Deseo, emprendemos un vertiginoso descenso de más de 1400 metros de desnivel en tan solo 15 kilómetros.

Ya estamos en territorio Afar, y somos recibidos con un burro con la pata estirada (literalmente) al borde de la carretera. Y es que esta región es la más inhóspita y árida del planeta, ostentando el dudoso record de alcanzar la temperatura más cálida del planeta con 58 grados y una media anual de 35º, emplazada bajo el nivel del mar y una de las zonas tectónicas más activas del planeta. Según nos cuenta nuestro guía, no llueve desde hace 3 años. Y es que el paisaje parece sacado de Marte más que de este mundo. Montes rojos, sin vegetación se abren para dejar paso a una inmensa explanada que alcanza mucho más allá de donde abarca la vista.

Falda y cinturón afar

Falda y cinturón afar

La gente aquí es más oscura, ennegrecida. Los afar, a diferencia del resto de etíopes, son musulmanes, y se muestran orgullosos, hostiles e independientes, manteniendo su propia policía y regidos por sus propias leyes. Los hombres no llevan pantalones, sino una colorida tela enrollada a la cintura y sujeta con un ancho cinturón jalonado con una ancha hebilla y del que suele colgar un cuchillo. Todos suelen llevar camisa y algunos llevan el pelo al estilo ¨Jackson´s five¨. Las mujeres llevan vestidos de colores y velos negros sobre la cabeza, donde se puede ver un complejo peinado de trencitas, mezcla de la Dama de Elche y la princesa Leia, y algunas lo llevan decorado con cuentas de colores.

La carretera continúa en un lento pero persistente descenso por el infinito valle hacia la depresión de Danakil. Ya se van viendo en el horizonte las caravanas de camellos y burros que recogen sal del lago salado de Asale y lo venden en Mekele, como llevan haciendo tantos y tantos siglos, y que la carretera que estamos recorriendo acabará por extinguir el milenario comercio de esta tribu nómada. Las caravanas están compuestas por unos 20 o 30 camellos, dos o tres camelleros y precedidos en desordenado trote por un indefinido batallón de caballería borriquil y van a dormir a Hamed Ela, localidad en la que nosotros pasamos la noche y que está emplazada en un valle de piedras negras, a 5 metros bajo el nivel del mar y sin un solo árbol que pueda proporcionar sombra en más de 100 kilómetros a la redonda.

Caravana de camellos

Caravana de camellos

Las caravanas cargadas de sal

Las caravanas cargadas de sal

Ese día podía afirmar que nos encontrábamos ante la población más inhóspita del planeta, pero dos días más tarde descubriríamos una peor. Hamed Ela está compuesta por una centena de chozas de troncos, que parecen apilados sin orden ni concierto y jalonadas por techos de latón. Las cabras y los burros campan a su aire entre excrementos de varios tipos, restos óseos caprinos y bidones amarillos para recoger agua. Dos horas antes de que se ponga el sol el termómetro del coche marca 38 grados. Pasamos la noche al aire libre sobre unas camas afar, compuestas por una estructura de madera con 4 patas y somier a base de cuerdas enlazadas, y disfrutando de los agradables sonidos de la noche, que en Hamed Ela son los rebuznos de los burros, los berridos de los camellos, los gritos de los camelleros y los gritos de una bandada de murciélagos que cada cierto tiempo sobrevolaban la aldea.

Poblado afar de Hamed Ela

Poblado afar de Hamed Ela

Amanecer en nuestras camas Afar

Amanecer en nuestras camas Afar

Al alba y tras el desayuno, emprendemos ruta junto a un tercer coche con 4 militares que protegen a los farangis de eventuales ataques de bandidos eritreos, y es que la frontera está a escasos 30 kilómetros de aquí. El inmenso pedregal se va transformando en un mar de arena marrón, para convertirse en tierra reseca y cuarteada que parece que jamás ha sido bendecida por la lluvia, poco después aparece entre las cuarteadas planchas retazos de sal, que poco a poco van comiendo el terreno para acabar cubriendo toda la superficie. Ya estamos en el Gran Lago de Sal, a 120 metros bajo el nivel del mar. Atravesamos una superficie perfectamente blanca donde solo se pueden ver los dos trazos paralelos que dejan los neumáticos al mancillar su superficie hasta llegar a Dallol, primera parada del día.

Dallol es una colina con una intensa actividad volcánica. Al poco de ascender puedes ver curiosas formaciones rocosas, como si de tocones de árboles se tratara. Pero un poco más arriba descubrimos el paisaje por el que Dallol es único en el mundo. Lagunas de intenso color verde y amarillo se abren entre terrazas de color rojo, todo ello ambientado con un intenso olor a azufre que se te mete hasta el tuétano. Sin duda Belcebú se ha dejado alguna ventana de su guarida abierta por aquí cerca. Y es que, según nos cuenta Christoff, la riqueza de minerales como el magnesio, azufre y potasio dan estos característicos colores a la superficie. Contemplamos curiosas formaciones rocosas de aspecto blanquecino que escupen agua hirviendo a modo de pequeños géiseres y otras amarillentas con aspecto de esponja de baño.

Formaciones de Dallol

Formaciones de Dallol

Paisaje de Dallol

Paisaje de Dallol

Otras formaciones de Dallol

Otras formaciones de Dallol

Las siguientes paradas son geológicamente (según palabras de nuestro geólogo particular) también únicas en el mundo, como unas pirámides de sal que recuerdan al desierto de las Bardenas o a una laguna burbujeante de color rojo y agua oleosa, fruto no de la temperatura de sus aguas sino de los hidrocarburos que salen a la superficie.

Para ir al volcán Erta Ale, normalmente se puede atravesar la depresión del Danakil, pero las últimas lluvias torrenciales caídas hace ya unos meses en la provincia de Tigray (a 200 kilómetros de distancia), al estar 2500 metros por encima de estas tierras, y pese a no llover aquí, salen a la superficie por la capa freática inundando el lago de sal y haciendo impracticable cruzar por este lado, por lo que tenemos que tomar un desvío de 150 kilómetros para llegar a esa zona.

En una aldea, donde hay un control de la policía Afar, nos detenemos para comer, pero la espera se alarga más de lo esperado. Parece que los Afar no nos autorizan a adentrarnos en su territorio, por lo visto exigen de la agencia que nos ha organizado el tour, una “mordida” mayor a la acordada.

Eso hace que nos quedemos un día tirados en un poblado Afar. Salvo los niños, que se alegran de que juguemos al fútbol en mitad de la carretera con ellos, el resto de la población nos mira recelosa. Cuando nos damos una vuelta para matar el tiempo por el poblado, un policía nos conmina a que regresemos a la pequeña cantina donde nos tienen vigilados. Y es que hace tan solo 80 años los Afar mostraban orgullosos los testículos cercenados de sus enemigos como trofeo…

Pero afortunadamente y con todas las partes de nuestro cuerpo en su sitio, al día siguiente podemos continuar viaje. Aunque desgraciadamente los efectos de la comida Afar comienzan a afectar paulatinamente a los miembros del grupo… El primero en caer es Christoff, que se pasa el día dormitando en la cama nuestro coche. El siguiente seré yo…. Y en los próximos días Cristina, Valerio el italiano y Jeane. Pero antes continuamos por la estupenda carretera que ha construido el gobierno etíope para integrar hasta la hace muy poco aislada comunidad Afar hasta llegar al lago Afrera, donde la abandonamos para adentrarnos en una superficie desértica donde nuestros 4×4 avanzan veloces sin seguir ninguna carretera marcada hasta la pequeña población de Kesrawat donde paramos a comer. Ya empiezo a sentirme peor, y prefiero no comer nada. Me tumbo en una derruida choza de la que, esta sí puedo confirmar, es la población más inhóspita del planeta. Nada alrededor. Nada. Solo los pequeños arbustos que comen los camellos y que resultan venenosos para el hombre, consiguen asomar entre las arenas, y a lo lejos la solitaria silueta de los 1000 metros del volcán Ale Bagu. Para colmo el viento azota sin escrúpulos esta planicie, levantando súbitas tormentas de arena, con la tierra metiéndote en los ojos, boca y nariz. Y el termómetro marcando al mediodía los implacables 50 grados. Miraba a los niños de esa pequeña aldea, que me miraban entre curiosos y temerosos, descalzos, sucios y andrajosos, y me preguntaba que clase de oportunidades les proporcionaría la vida a esta gente… No conozco a nadie que se cambiaría por ellos…

Nuestro termómetro marcando 50 grados

Nuestro termómetro marcando 50 grados

Rodeamos el Ale Bagu, dejándolo a nuestra derecha, y encaramos el volcán Erta Ale, por la que sin duda es una de las peores carreteras de Africa. Son 13 kilómetros de rocoso pedregal volcánico que hace que nos cueste superarlo 2 horas de lenta agonía en coche. Dejamos los coches en una pequeña aldea desde donde parte la caminata al cráter del volcán. Probablemente debido a la tensión y concentración de la conducción, no me sentía mal, pero al para a descansar, me derrumbo. Me tumbo en una estera en una choza a dormitar. Cristina me pone el termómetro y tengo 38 grados de fiebre. Tengo que salir a vomitar. Solo recuerdo a un aldeano que me vio y se acercó para sujetarme del brazo. No consigo visualizar su rostro, tan solo recuerdo su brazo, al que me agarré para incorporarme y era más delgado que mi muñeca. También tengo que evacuar por otro lado. Lo que en ocasiones normales causaría cierto pudor, en mi estado ni lo tengo en cuenta y voy detrás de una casa y me dejo la vida a la vista de todos los paisanos que campean por la parte trasera del pueblo. La caminata no se va a emprender hasta que anochezca, así que tengo un par de horas para descansar y decidir si voy o me quedo.

Mi choza de descanso y mi camello esperándome

Mi choza de descanso y mi camello esperándome

Me encuentro a morir, débil y sin fuerzas de emprender una caminata de 3 horas hasta la cima del Erta Ale, a 615 metros de altura. Me ofrecen subirme en un camello, y aunque no es el animal más cómodo del mundo, acepto, ya que si me quedo sé que me arrepentiría para el resto de mi vida. Y paso las que probablemente hayan sido las 3 horas más duras de mi vida. Parezco el Cid en su última batalla, atado semiinconsciente a un camello para no caerme. Cristina me decía que le daba mucha impresión verme, derrengado sobre el camello con los brazos colgando a los lados…. Pero no hay mal que 100 años dure, aunque así me lo parecieron, sobre todo la última media hora, donde cada vez se veía el destello anaranjado del volcán sobre la negrura de la noche más cerca, pero que nunca llegaba, nunca llegaba….

 

la foto(1)

Miliciano Afar

Descansamos en el campamento que hay preparado para pasar la noche (una docena de chozas de madera) y que está literalmente tomado por las “special forces” unos 8 militares armados hasta los dientes, y es que hace 2 años hubo en este lugar un ataque a turistas, y las autoridades etíopes se han propuesto en que no se repita semejante tragedia. El descanso me viene bien, y ayudado por Cristina y uno de los 3 milicianos afar que también nos han escoltado, bajamos al cráter del volcán, a contemplar el único lago de lava del mundo. El espectáculo es sobrecogedor. Si existen las puertas del infierno en la tierra, estas se encuentran en Danakil. A buen seguro que Julio Verne no conocía este lugar, que sin duda lo hubiera elegido al de Islandia para hacer penetrar a su aventureros en el viaje al centro de la tierra. El cráter es ovalado, de unos 100 metros de largo por 60 de ancho y a una profundidad de unos 20 metros. La lava reseca ondea como si la estuvieran manteando, y cada poco se abren unas grietas rojas por donde el Erta Ale eructa una bola de fuego hacia el cielo, regalándonos un intenso olor a azufre. En el extremo oeste, el volcán ruge como si fuera el mar chocando contra un acantilado, arrojando esquirlas de lava a pocos metros de donde nos encontramos. Contemplamos divertidos al miliciano que me ha ayudado a bajar, que es la primera vez que avista el volcán, como se tapa el rostro con una manta, se refugia tras una piedra y murmura: Allahu Akbar, Allahu Akbar (Alá es Grande) sin quitar la vista del lago de fuego. Sin duda el esfuerzo ha merecido la pena. Otro de mis grandes sueños viajeros se ha visto cumplido.

Contemplando el volcán

Contemplando el volcán

Dormí esa noche como un lirón, y el descenso fue algo más llevadero. Cuando de nuevo me puse al volante, ya estaba más recuperado, aunque escribiendo estas líneas, ya han pasado tres días y todavía no estoy al 100% y es a Cristina a la que tengo más perjudicada… Ahora ya en Lalibella, disfrutando de sus iglesias y de un merecido descanso antes de emprender rumbo al sur y el lago Turkana.

Explosiones del Erta Ale

Explosiones del Erta Ale

Mi angel de la guarda Afar

Mi angel de la guarda Afar

Author: Álvaro

Share This Post On
468 ad